martes, 27 de abril de 2010

ESPERANDO A LA VIDA


Fotografía: aiGI.boGA http://www.flickr.com/
Contemplé las bocanadas del silencio
en el humo dorado de la lejanía,
horas infinitas que languidecen
en el reloj dormido del tiempo.

Esperando a la vida ausente,
bebí el caprichoso licor del deseo
de ver paradisíacas estampas abigarradas
pintadas con ilusiones añejas.

Sentada en la quietud de la página en blanco
del prólogo de cada amanecer,
esperando sueños colmados
de nirvana felicidad esculpida en la mente.

Y esperando y sin saber, contemplé
que las quiméricas ilusiones anheladas
acurrucadas a mi lado yacían,
como infante aferrado a mi mano.

Ya no quise esperar a la vida,
ni al deseo Aladino de maravillosas lámparas,
soñando vivir la espera
ya estaba viviendo el sueño que esperaba.

miércoles, 21 de abril de 2010

PRIMAVERAS DE NINFAS Y SILFOS

NARRACIÓN RETIRADA POR LA AUTORA, TEMPORALMENTE

sábado, 17 de abril de 2010

Arturo Pérez Reverte. El Capitán Alatriste


Los ojos de una mujer revelan lo que su alma esconde. Su sonrisa, lo que sus labios callan. Lenguaje femenino, sutil y metafórico, poético y palpitante, genuino y emocional. Sin traductor, con sentimiento. Diego Alatriste y Tenorio lo descubrió, quizá demasiado tarde. Hago volar esta cita de Reverte para todos los Alatristes que quieran aprender idiomas…


Yo era entonces demasiado joven para advertir lo menguados que podemos ser los varones, y lo mucho que puede aprenderse en los ojos y en la sonrisa de las mujeres. No pocos percances de mi vida adulta se habrían resuelto a mayor satisfacción de haber dedicado más tiempo a tal menester. Pero nadie nace enseñado y a menudo, cuando gozas de las debidas enseñanzas, es demasiado tarde para que éstas sirvan a tu salud o a tu provecho.



miércoles, 14 de abril de 2010

Claudio Rodríguez. Don de la ebriedad

Fotografía: Claudio Mufarrege http://www.flickr.com/

LA ESPERA DE LA INSPIRACIÓN, LA ESPERA DEL AMOR

Claudio Rodríguez (Zamora 1934 – Madrid 1999), publicó en 1953 el libro Don de la ebriedad, donde la poesía aparece como modo de conocimiento. El título de este poema ya es significativo: DON (gracia o habilidad especial), de la EBRIEDAD (de la inspiración, en su sentido platónico); en definitiva, el poeta considera que la esencia de la inspiración poética es un don. Hay un deseo de claridad, de conocimiento, de imaginación para componer poesía. Busca esa inspiración a través de una armonía y unión, casi místicas, con la naturaleza, con las cosas.
Al igual que el misticismo de San Juan de la Cruz tiene doble lectura: religiosa (amor a Dios), o profana (erotismo y sensualidad), este poema de Claudio Rodríguez la podría tener igualmente: amor a la inspiración poética o la expresión de la espera del amante, sobre todo en la segunda parte de la composición (mi boca espera, y mi alma espera, y tú me esperas). La espera de la inspiración y la espera del amante son dos significados interpretativos que se mezclan en el poema. Incluso el último verso recuerda la catarsis de Quevedo en su Amor más allá de la muerte con sus cenizas enamoradas, ese abrazo hasta el fin que nunca afloja podría ser una de las más intensas declaraciones de amor aunque sea un abrazo mortal. En cualquier caso, disfruten de la bella composición de este poeta zamorano...


DON DE LA EBRIEDAD

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

jueves, 8 de abril de 2010

NEÓFITOS DE OLAS


Soneto I

Por aquel feroz Eolo empujada,
nacida tú en el Odre de los Vientos
abierto en el barco de Ulises , cientos
de islas arribaste, ola no remada.

Aunque en las rocas siempre destrozada,
rehaces con fuerza tus movimientos,
lucha de titanes por barlovento,
nunca te dejas abatir por nada.

En el hondo naufragio de la vida
rompemos en duros acantilados
nadando lágrimas de caracolas;

no ignoréis que el dolor de la caída
levanta la fortaleza; retados,
somos audaces neófitos de olas.

jueves, 1 de abril de 2010

UNA NOCHE CUALQUIERA

Fotografía: Gustavo Barba Alcaide http://aldeadelreynatural.blogspot.com


Aún no había llegado la noche, la luna llena estaba siendo impuntual. Sentada en la impaciencia de la espera, miraba al techo celeste que se tornaba rojo, naranja, violeta. El horizonte era un estallido silencioso de fuegos artificiales que estaba llegando a su fin. A medida que la luz menguaba, el deseo de ver el plenilunio en su retina aumentaba. Deseaba bañarse en la luz de la luna y broncear su cuerpo de lluvia argéntea.

Era una noche cualquiera, de deseo y espera.

El manto negro de Penélope cubrió al moribundo atardecer y sus ojos adquirieron el brillo intenso del que sabe que va a suceder. Pero la luna llena no aparecía. Como guerrera de la noche que no se resigna a perder la batalla, cogió las lámparas de las estrellas y la buscó afanosamente entre la niebla de nubarrones negros que la escondían en la sima violácea de lo impenetrable.

Era una noche cualquiera, de búsqueda de lo que se ama.

No la encontró. Como amante abatida se dejó perecer en la hiel de la derrota. Esa luna llena era el cordón umbilical que unía distancias, era el espejo donde ambos podían mirarse en un mismo instante esa noche, era la sexta dimensión que exterminaba kilómetros, era el recuerdo del fuego de besos que abrasaban labios. Se recostó abrigada en la tumbona de su terraza y siguió clavando los ojos en el oscuro infinito por si Selene se quitaba la máscara veneciana de rasos negros y decidía aparecer. Y debió soñar.

Era una noche cualquiera, de nostalgia y sueños.

Soñó con una mirada que abría ojos a la noche, con unos ojos que desvelaban los secretos de lo impenetrable, con unas manos cálidas perdidas en el reino de la seda, con unos labios que tatuaban suspiros en las olas de la pasión. Soñó con dos cuerpos de arcilla moldeándose bajo las leyes del deseo, enredados entre lo que late y lo que sabe a lluvia. Soñó que tenía un sueño.

Era una noche cualquiera, de caricias y blues.

Despertó de su sueño de arena mecida por el mar. Abrió los ojos y allí estaba ella, la luna llena mensajera de voces sin voz. No estaba en el cielo, ni en el infinito, ni tan siquiera estaba en la noche; apareció por el deseo de compartir veleros de horas que distaban en el espacio, emergió por el recuerdo de aquella noche de diluvio de estrellas fugaces en la que ella pidió el mismo deseo con los pedazos que iba recogiendo de cada asteroide. Él se la había traído desde la lejanía, desde el silencio, desde el volcán apagado que guarda secreta lava incandescente en el corazón más recóndito de la tierra.

Era una noche cualquiera, de silencios y fuego.

Ambos compartieron la luna llena de diciembre, la luna fría, la luna helada, la luna de las noches largas, la luna del roble, la luna de antes de Yule, la Margashirsha Pornima.



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...