SOY UN GATO
NATSUME SOSEKI
(Primera parte)
¿Qué les parece si vemos el mundo a través de los ojos de un lindo gato?
Natsume Soseki (Japón 1867 – Japón 1916) es el autor de esta exquisita novela que descubrí y adquirí en la última Feria del Libro de Madrid y que ya va por su 11ª edición.
Novelista, poeta y profesor de literatura inglesa, descendiente de una familia de samuráis venida a menos. Sus padres lo entregaron en adopción a uno de sus sirvientes a la edad de dos años (quizás este dato biográfico sea de interés para entender esa perspectiva tan peculiar de su protagonista, este simpático gato, cuando es abandonado tras nacer). Es uno de los escritores más importantes de Japón y de obligado estudio en la Escuela Secundaria; su obra Kokoro (1914) es considerada como El Quijote de los hispanohablantes y de obligada lectura en cualquier escuela japonesa actual. Por su importancia, el Gobierno japonés incluyó en 1984 su efigie en los billetes de 1000 yenes.
Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me pasaba el día maullando sin parar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera vez tuve ocasión de poner mis ojos sobre un espécimen de la raza humana.
De esta forma comienza esta sorprendente novela, Soy un gato (1905). No se fíen de la simpleza del título ya que la obra en sí encierra cierta complejidad. Con ella despega la carrera literaria de Natsume Soseki. Soy un gato, comenzó siendo unos relatos cómico-satíricos por entregas que aparecieron en revistas literarias japonesas del momento para terminar por publicarse en formato novela en 1905. Se trata de una descarnada, despiadada, humorística, ácida, desternillante y sabia crítica del Hombre en general, y de la burguesía Meiji en particular, no exenta de cierta desconfianza por la cultura y progreso entrante de Occidente frente a la defensa del patrimonio ancestral de Oriente.
La sociedad va a ser escudriñada milimétricamente bajo los ojos de un lindo gatito sin nombre, sabio y sabiondo, que escucha conversaciones, presencia ciertos comportamientos humanos, se cuela en los lugares que le apetece y sufre la convivencia con sus amos. Todo este material le servirá para, humorísticamente, hacer una punzante y acertada crítica de las lacras del ser humano, de su egoísmo, de su engreimiento, de su frialdad, de su ignorancia, de su frivolidad y de su crueldad instintiva. Entre carcajada y carcajada que nos provoca el felino, el autor suscita en el lector una amarga sonrisa ya que no es difícil encontrarse reflejado en esos comportamientos tan detestables y absurdos como reconocibles.
Natsume Soseki
Son muchas las ocasiones en las que el dulce gatito increpa sobre el egoísmo humano. Escuchen esta:
Viviendo como vivo entre humanos, he de decir que cuánto más los observo más obligado me siento a constatar su egoísmo. Eso es cierto especialmente en lo que se refiere a esas niñas maléficas con las que duermo. Cuando se les antoja, me ponen cabeza abajo, me tapan la cara con una bolsa de papel, me lanzan por ahí y a veces me encierran en el fogón de la cocina. Pero como sea a mí a quien se le ocurra hacer una travesura, por pequeña que esta sea, no duden que la casa entera se unirá para perseguirme por todas partes hasta darme caza.
Del inevitable egoísmo infantil pasa, como sin quererlo, al otro egoísmo, menos disculpable y completamente despiadado, del humano adulto:
La señorita Shirokun, la gata blanca que vive enfrente y a quien tanto admiro e idolatro, suele decirme cada vez que nos vemos que no hay criatura viviente tan despiadada como el ser humano. El otro día, sin ir más lejos, dio a luz a cuatro preciosos gatitos. Pero no habían pasado ni tres días cuando el shosehei de su casa los agarró a todos y los tiró al estanque que había al lado de su casa. Shirokun me narró toda la escena entre lágrimas, y me aseguró que si queríamos aspirar a disfrutar de algo de vida familiar, era imprescindible que nosotros, los felinos, entabláramos una guerra total y sin cuartel contra los humanos. Nuestra única alternativa era exterminarlos, acabar con ellos y con su raza entera, así de sencillo. Me pareció una propuesta bastante razonable a la luz de los acontecimientos.
Lógico. Nosotros obraríamos de igual manera si Ellos aniquilaran a nuestros retoños ¿no creen? Somos odiados por esta especie hasta tal punto de recurrir a la guerra y a la exterminación para librarse de nuestra tiranía. Confiemos en que no entren en conflicto armado de uñas y dientes que, peor o mejor, todos sabemos lo que eso significa.
¿Creían que los presumidos eran los gatos? Lean lo que piensan de nuestra presunción:
Si hay algo que odio en los humanos es que tiendan a crecerse en virtud de su extremada tendencia a la autocomplacencia, confiados como están en su fuerza bruta. A menos que aparezcan sobre la tierra unas criaturas más poderosas y crueles que ellos, no podremos saber hasta dónde podrán estirar, y estirar, y estirar su estúpida presunción antes de que se les rompa.
Este gato sin nombre intenta comprender a su amo, un maestro estúpido y malhumorado con el que convive, pero no lo consigue. ¿Es posible que tenga razón en su incomprensión? Juzguen:
No hay nada más difícil que intentar comprender lo que pasa por la mente de los seres humanos. El estado mental del maestro dista mucho de ser claro en estos momentos. ¿Está enfadado, está alegre, o es que busca consuelo en algún filósofo muerto? No podría decir si se burla de todo el mundo, o si anhela ser aceptado en su frívola compañía; si se pone furioso por alguna insignificancia, o se distancia de las cosas mundanas. Si nos comparamos con tales complejidades, los gatos somos tremendamente simples. Si queremos comer, comemos; si queremos dormir, dormimos. Cuando estamos furiosos, nos enfurecemos de verdad. Cuando maullamos, lo hacemos con toda la desesperación de la que somos capaces en nuestra aflicción. Por eso nunca escribimos nada en un diario. No tiene sentido. No hay duda de que los humanos como el maestro, con dos caras bien diferenciadas, se creen en la necesidad de llevar diarios con el fin de mostrar un carácter que frecuentemente ocultan al resto del mundo. Pero entre los gatos nuestras cuatro ocupaciones principales, a saber, caminar, sentarnos, permanecer en pie o tumbarnos, así como la más ocasional de evacuar, se hacen de un modo abierto. Nuestros diarios los vivimos y, en consecuencia, no tenemos necesidad de mantener un registro paralelo con el objetivo de mostrar nuestro verdadero carácter. Si tuviera que dedicar tiempo a escribir un diario, preferiría dormir en la galería.
Y ¿qué opinan los gatos sobre esa obsesión de los humanos sobre la propiedad privada? Me permito demandarles atención porque, en mi opinión, esta es la cita más bella y sublime de la novela:
Soy de la opinión de que el cielo se hizo para dar cobijo al acto creativo en sí, y la tierra para que las cosas creadas que permaneciesen en ella tuvieran un sustento con que sobrevivir. Incluso los seres humano que adoran discutir sobre todo lo discutible no podrán negar este hecho. Después, deberíamos preguntarnos cómo o con qué esfuerzo han contribuido los humanos a esa creación. La respuesta es clara: con nada. ¿Qué derecho asiste, entonces, a los humanos para apropiarse de las cosas que ellos mismos no han creado y que no les pertenecen? (…) Si la ley natural permite la propiedad privada de la tierra y la compraventa asignando un valor por metro cuadrado, es lógico que también se permita la partición del aire que respiramos y su venta por metro cúbico. Si no se puede negociar con la atmósfera y es ilegal la partición del firmamento, se debe deducir entonces que la propiedad de la tierra es irracional, y no algo natural. Esa es mi convicción, y por eso entro donde me da la gana.
Acaban de descubrir la explicación (más que lógica) de por qué siempre nos encontramos a un gato en el lugar más insospechado…
Y ¿qué opinan los gatos de Dios y de su creación, el hombre? :
Aunque los seres humanos atestan con su presencia cada rincón de la Tierra, no existen dos con la misma cara. Los elementos constituyentes de esas caras son fijos: dos ojos, dos orejas, una nariz, una boca. (…) a pesar de que las miríadas de las caras humanas sobre el planeta están construidas con el mismo material básico, el resultado final es de una infinita variedad. La reacción de la raza humana no es solo la de maravillarse ante la apariencia individual de cada uno de sus individuos, sino también la de admirar la increíble capacidad del Creador que, utilizando unos pocos materiales simples y uniformes, ha logrado producir una enorme cantidad de variantes, todas diferentes. (…) Es algo imposible de alcanzar para los pobres humanos, seres limitados, y es lógico que admiren ese proceso como un rasgo de divinidad atribuida a la omnipotencia del Creador. De ahí nace su interminable admiración por Dios. (…)
Sin embargo, si los mismos hechos se consideran desde el punto de vista de los gatos, la conclusión es la opuesta: Dios, si bien no del todo impotente, tiene al menos una capacidad limitada, incluso diría que adolece de cierta incompetencia. Su capacidad creativa no es mucho mayor que la propia de un hombre atolondrado. Se supone que dios creó tantas cosas como personas existen. Pero uno no puede evitar pensar que lo que ocurrió en realidad es que le faltó seguridad en el trazo. Al intentar crear a todos los seres humanos iguales partiendo de los mismos materiales, debió de encontrar la tarea imposible y, en consecuencia, produjo una larga serie de modelos que Él quería iguales, pero que finalmente derivaron en un desorden de proporciones bíblicas. (…) Sin saber a ciencia cierta cuáles eran sus objetivos cuando puso en marcha la creación, solo se puede decir que la variedad de caras humanas puede ser un argumento tanto para apoyar su omnipotencia como para demostrar su incompetencia.
“Le faltó seguridad en el trazo…” No creo que Soseki tuviera ninguna intención atea en este asunto pero sí una intencionada y sagaz crítica de nuestras imperfecciones. En cualquier caso, la carcajada la ha conseguido. Y, si no hemos tenido suficiente, insiste de manera histriona en el asunto, poniendo de manifiesto nuestra profunda intolerancia ante lo que nos rodea a través de los dulces ojos del gatito que no ve los nuestros con tanta amabilidad:
Consideremos ahora los ojos de que Dios dotó a los humanos: Los empotró por pares en la superficie plana de la cara de sus propietarios y, por tanto, imposibilitó que pudieran enfocarse simultáneamente hacia el lado derecho y el izquierdo de la misma. En consecuencia, los ojos de los hombres son incapaces de captar de una sola vez más de un objeto en un momento concreto. Siendo incapaces de ver en conjunto, incluso en lo referido a los hechos cotidianos que les afectan, no es de extrañar que se centren en los aspectos unidireccionales de la realidad, y tampoco es extraño que caigan rendidos de admiración por su Creador.
No hago “más leña del árbol caído”, jejje. Por hoy ha sido suficiente…
Seguiré con esta novela en una segunda parte para no abusar (más que lo he hecho) de su atención lectora.